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EL ROBLE


Érase una vez una gran pradera con hierbas, arbustos, rocas, colinas, caminos y muchos muchos árboles. Había todo tipo de árboles a lo largo y ancho de esa gran pradera, algunos eran altos, otros bajos, los había gruesos, algunos otros daban frutos, uno que otro florecía, y algunos simplemente permanecían años enteros entre medio secos y medio vivos.Había un roble que aun estaba verde, sus ramas apenas comenzaban a buscar el cielo y sus raíces todavía estaban buscando la profundidad necesaria para sostenerse ante los vientos huracanados que a menudo soplaban por allí. El roble era el único en lo alto de una colina desde la que se divisaba la gran planicie. Por allí no había ningún otro árbol como ese y el roble se sentía bastante solo.Un día pasó por allí un hombre joven que llevaba un buen rato buscando una sombra para descansar, venia de lejos y hacia rato que no encontraba un buen árbol bajo el cual pudiera recostarse a descansar aunque lo había intentado pero no encontraba ninguno que le brindara unas raíces fuertes sobre las cuales recostarse, un tronco en el cual descansar su cabeza y unas ramas que lo protegieran de la inclemencia del viento y el sol.Pero cuando vio al magnífico roble en lo alto de la colina supo, sin entender bien por que, que había encontrado el árbol que necesitaba. Era aun un roble joven pero ya tenía el suficiente tamaño para poder brindar acogida bajo sus ramas a un caminante cansado.El joven se acercó al roble y lo observó durante un rato, luego le dio una vuelta mientras admiraba sus colores, la textura de sus hojas y ramas, la sombra que se proyectaba sobre el piso. Un rato después buscó la mejor parte donde podría recostarse y rápidamente se quedo dormido.A partir de ese momento el joven siempre se detenía junto al roble cada vez que pasaba por allí. A veces lo hacia a diario, otras veces cada semana, pero siempre se quedaba a descansar bajo las ramas del roble. Y parecía como si el árbol sintiera la presencia del joven pues sus ramas se mecían acompasadamente mientras el joven descansaba pero cuando éste no estaba simplemente se movían desordenadamente.El joven comenzó a cuidar al roble, a veces dedicaba un rato a quitar bichos y otras plagas que estaban sobre el tronco, otras veces limpiaba alrededor de las raíces, ponía rocas en un círculo grande alrededor del árbol para que algunos animales no se acercasen mucho, incluso a veces traía agua en una cantimplora y regaba las raíces del roble. Lentamente se había convertido en el jardinero fiel del árbol.Y así paso el tiempo y el roble aumentaba de tamaño y hermosura gracias en gran parte a los cuidados de su jardinero fiel. Sus ramas parecían crecer y ser más frondosas del lado en el cual el joven siempre se recostaba a descansar.A veces las tormentas desgajaban una que otra rama, otras veces era el inclemente verano que comenzaba a secar tanto el suelo que las hojas se veían amarillentas pero el jardinero fiel buscaba la manera de cuidar su roble, de restituir su fortaleza y su belleza.Pero un día el joven no volvió, pasaron semanas y meses y no había rastro de él, y el roble seguía erguido esperando a su jardinero fiel, pero éste nunca regresó. Y así el árbol fue perdiendo su vigor, su belleza, sus hojas caían sin ser reemplazadas y sus ramas parecían sostener un peso tan grande que se inclinaron hacia el suelo. Y como todo gran árbol, finalmente murió de pie.
 

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